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El derecho a ser puta: Pablo Emilio Obando Acosta


"Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones". San Agustín


Tremenda polvareda la que se ha levantado en Colombia por un polvo mal echado, tanto así que a un empresario de la carne en Bogotá se le ha sentenciado a una muerte comercial y empresarial. Pecados de la carne que aún resuenan en nuestra sociedad y que levantan fácilmente ampollas y pollas. Como profeta moderno se atrevió a gritarle al mundo que la culpa de esa violación la tenía esa prenda diminuta que cubre únicamente aquello que la imaginación no alcanza a cubrir suficientemente, y ¡zas! En un dos por tres se arma un boicot de minifaldas que a más de un parroquiano provocó un paro.

Lo cierto es que la mujer colombiana levanta su voz cuando de defender sus derechos se trata, pero se inclina ante aquellos que históricamente la condenan. Mire usted una iglesia cristiana, mujeres por doquier, sumisas, entregadas, místicas y beatas. Pues los padres de esa doctrina no eran menos expresivos que "Andrés carne de res". Mire usted estas perlas, extraídas de su libro sagrado y de algunos padres de la santa madre iglesia que tanto veneran: "Dijo asimismo a la mujer: Multiplicaré tus trabajos y miserias en tus preñeces; con dolor parirás los hijos, y estarás bajo la potestad o mando de tu marido, y él te dominará" (Génesis 3;16); y miren esta otra: "Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer cuando conciba y dé luz a un varón, será inmunda 7 días.... Y si diera luz a una niña, será inmunda dos semanas...", (Levítico 12: 1). Y como si eso fuera poco, pues aquí si viene la verdadera pedrada: "¿Y no sabes tú que eres una Eva? La sentencia de Dios sobre este sexo tuyo vive en esta era: la culpa debe necesariamente vivir también. Tú eres la puerta del demonio; eres la que quebró el sello de aquel árbol prohibido; eres la primera desertora de la ley divina; eres la que convenció a aquél a quien el diablo no fue suficientemente valiente para atacar. Así de fácil destruiste la imagen de Dios, el hombre. A causa de tu deserción, incluso el Hijo de Dios tuvo que morir", (San tertuliano). Y San Agustín de Hipona, padre por excelencia de la iglesia afirma sin empacho alguno que "Es Eva, la tentadora, de quien debemos cuidarnos en toda mujer... No alcanzo a ver qué utilidad puede servir la mujer para el hombre, si se excluye la función de concebir niños". Y basta de citas, que con lo dicho basta.

No obstante lo transcrito, las mujeres, lejos de hacer un boicot contra esta doctrina, la sostienen y la imponen a su prole creyendo con ello hacerle un gran favor al orbe entero. En muchas citas se condena a la mujer por lascivia y se permite o autoriza su lapidación simplemente por no ser virgen y ofender así a su varón. Pero más allá de esto, la mujer también ha reclamado espacios para el placer y el disfrute sexual, puede ser que no se la mate a pedradas, pero se la condena con el dedo inquisidor de la censura. Muchas ya se confiesan putas, así de sencillo, dueñas de su cuerpo y de su piel. Amas absolutas de sus orificios y su vagina, que mueven y entregan a su libre albedrio.

Durante decenios los hombres nos reservamos el derecho al placer sexual, un disfrute que no les era permitido a las mujeres por cuanto así lo dictaminó un Dios misógino y bárbaro. Pero Eva comió una y otra vez la manzana y la disfrutó como no lo había sospechado. El Dios varón se encolerizó y la condenó a parir con dolor, a ser lapidada, a ser injuriada y menospreciada, a estar sometida al varón y a brindar placer, que no brindárselo, a su señor. En muchas culturas se las somete a ablaciones físicas y mentales y se dice que una mujer cuando siente o quiere sentir es "una puta". Y usted mira a cientos de mujeres llevando en su carne esa displicencia por el goce y el placer mundano y se condenan por carne propia a una castración sensorial. No disfrutan y su abstinencia carnal se convierte en amargura existencial. La verdad es que no conozco a una puta huraña o desgraciada; todo lo contrario, son las célibes las que destilan odio y resentimiento. Vaya usted a un prostíbulo y tendrá la dicha de encontrarse con mujeres alegres, de carnes frescas, amables, risueñas y bondadosas. En las iglesias encuentra usted damas tristes, arrugadas, fruncidas y "dolorosas"; vaya uno a saber porque tanta virtud se convierte en carnes tan ajadas y deplorables. Yo me quedo con las putas, con las que reclaman placer y lo viven, con las que abren generosamente sus piernas para hacernos sentir y sentirse en el paraíso.

Entre los derechos de las mujeres debe incluirse el del placer, el de sentir sin culpa, sin remordimientos, sin vergüenza. Si de escoger se trata, elegiré siempre a las putas pues en cada beata solo puedo mirar la frustración de su carne y el sometimiento absurdo de su piel. Y si por repartir alegrías y sonrisas a unas las llaman putas, consolémonos pensando que ese es precio que algunas deben pagar por reclamar sus derechos y subvertirse contra sus opresores. La próxima revolución, estoy seguro, no la harán los filósofos sino ¡!!las putas!!!. Es que ser puta, definitivamente, es subvertir el orden.

Corresponsal:
Foto de perfil de Pablo Emilio Obando A.
From: Pablo Emilio Obando A. <peobando@gmail.com>
Date: 2013/11/21
Subject: EL DERECHO DE SER PUTA.

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